jueves, 10 de mayo de 2012

El abastecimiento del ejército español (1568-1648)

Presentación "El abastecimiento del ejército español
Entre los siglos XVI y XVII, ningún Estado europeo abastecía directamente a sus ejércitos, sino que recurrían a contratistas y empresarios privados (mercaderes y vivanderos) a quienes pagaban para que suministraran al ejército alimento, vestido y equipo, aunque ninguno de estos contratistas sufragaba un tren de artillería. La corono española no fue la excepción y sólo alimentaba a los soldados de la armada(1). Sin embargo, los mercaderes vendían los bastimentos directamente a los soldados, por lo que la única obligación de la corona era la paga puntual de la tropa.

El abastecimiento del ejército era más fácil cuando se encontraba en guarniciones o incluso cuando atravesaba rutas establecidas, ya que era posible anticiparse a su paso. Sin embargo, cuando comenzaba una campaña en territorio enemigo las cosas se complicaban, generando que muchos ejércitos fueran derrotados por la falta de víveres(2). Aunque los comandantes proporcionaban escolta a los mercaderes, en ocasiones dejaban de abastecer al ejército por temor a un ataque enemigo o a los soldados del mismo ejército al que abastecían.

En ese caso, el comisario general de bastimentos llevaba los víveres al ejército. También llevaba las pagas de la tropa, así como la contabilidad de los gastos del ejército. Junto con el maestre de campo (equivalente actual del coronel), establecía los precios de todos los productos, vigilando que los precios a los que se vendían las vituallas a los soldados fueran justos. También dirigía a los comisarios de cada unidad y nombraba a los oficiales encargados de proveer al ejército(3).

Cuando se levantaba un ejército, el mismo rey informaba al comisario general de bastimentos la cantidad de gente, nacionalidades y bestias para que calculara el abastecimiento que requeriría el ejército. Cuando el ejército comenzaba la movilización, el comisario general se informaba de los lugares en donde acamparían para colocar a personal de confianza en los puntos más convenientes con instrucciones sobre el abastecimiento. Durante la campaña, el capitán general lo mantenía informado de todos sus planes, para que resolviera con tiempo lo relativo a los víveres necesarios para las tropas(4).

Para establecer el precio de los víveres se tomaban en cuenta los gastos de carros, acémilas, caballos y barcas, así como el salario de comisarios y colaboradores. Además, se consideraba el valor de los bastimentos en la región y los peligros del recorrido(5). Sin embargo, los precios establecidos por los maestres de campo debieron ser elevados, lo que causaba que los soldados compraran sus víveres en plazas no autorizadas(6).

Para evitar abusos o desvíos de parte del comisario general, existía un veedor general encargado de llevar registros de ingresos y egresos del ejército, pudiendo incluso despedir gente. Además, había un tenedor de bastimentos que llevaba la contabilidad de todo lo que entraba al mercado y lo que se vendía, para evitar carencias o excesos de productos. En caso de que no pudieran llegar los víveres, el tenedor de bastimentos se encargaba de que el ejército contara con pan bizcochado, harina y panaderos(7).

Otra fuente de abastecimiento, aunque menos regular, era el saqueo.

Cuando se saqueaba una guarnición, el botín era propiedad del general, pero los soldados podían apropiarse de lo que saquearan en las casas de los particulares. En ambos casos, el comisario general levantaba un inventario de todo el botín con la finalidad de saber lo que tenía cada soldado. Si hacían falta víveres en el ejército, el comisario general podía comprar el botín de los soldados a la mitad o tercera parte de su valor en la zona(8).

En las correrías, los soldados tenían licencia para saquear y apropiarse todo el botín. Sin embargo, el comisario general establecía salvaguardas en zonas que abastecían al ejército, aún zonas enemigas. Esta práctica, conocida como "el dinero del fuego", consistían en que un ejército amenzaba a un poblado con quemarlo si no aportaba una determinada cantidad de recursos periódicamente. Cada que se pagaba este "impuesto", el ejército otorgaba una constancia al poblado para atestiguar su pago(9). Esta práctica se afinó durante la Guerra de los Treinta Años, lo que permitió al general Ernest von Mansfelt sostener a sus tropas en 1621; posteriormente, mediante este método, el general Wallenstein alimentó ejército imperiales enormes (de 70 a 100 mil hombres)(10) y los suecos hicieron lo mismo(11); por lo que el dinero del fuego ya no sólo abarcaba a algunos poblados, sino a varias ciudades. Pero esta práctica también generaba disgusto. Los gobernantes territoriales de las zonas ocupadas por el ejército de Wallenstein se quejaban de estar a:

"... merced de coroneles y capitanes que son delincuentes y aprovechados de guerra indeseables, que no respetan las leyes del imperio."(12)

Además, para llegar a este nivel, se requería de un control total de los recursos de la región, lo que implicaba imponer una severa derrota al enemigo para apropiarse de todos los recursos, por ello, sólo después de vencer a las tropas imperiales en la batalla de Praga, Mansfelt pudo alimentar a su ejército en 1621.

Pero obtener tal nivel de control resultaba arriesgado porque obligaba a aventurarse a una batalla campal, encuentro en el que cualquiera podía sufrir el descalabro. Saquear un pueblo difícilmente proporcionaba todos los recursos que necesitaba el ejército. El saqueo de una ciudad podía brindar las vituallas necesarias, pero los asedio tomaban meses, lo que retrasaba la obtención del botín (si la plaza llegaba a capturarse). El único abastecimiento seguro era el de los mercaderes y el del comisario general, pero si éstos vendían las vituallas la paga jamás debía faltar.

Sin embargo, el pago de la tropa nunca contó con la regularidad necesaria, llegando a retrasarse el pago de haberes por meses o incluso años. Desde las guerras entre Carlos V y Francisco I y luego las de Felipe II, las campañas bélicas se suspendían a menudo como resultado de las bancarrotas reales(13). En 1607, España se vio forzada a negociar una tregua con las Provincias Unidas, misma que se firmó en 1609, para reponerse de sus gastos(14).

Muchas de estas bancarrotas se debían a los funcionarios encargados de la recolección de impuestos (asentistas, contadores, tesoreros y receptores), quienes desviaban un porcentaje importante de los recursos obtenidos (c. 60%) para su propio enriquecimiento; en 1632, la corona española descubrió que de cada 12 escudos recaudados por sus ministros, sólo 3 ó 4 llegaban a las arcas reales(15). Pero la opinión generalizada entre los hispanistas ve a la década de 1590 como el momento en el que las bases del poderío español, particularmente castellano, comenzaron a declinar(16).

Como resultado de una peste en Castilla, se aceleró el declive de la población, por lo que descendió la producción agropecuaria. Después, la larga guerra en Flandes contra ingleses y holandeses destruyó buenas relaciones comerciales que databan de principios del siglo XVI, lo que produjo una depresión en la actividad manufacturera y una crisis en el comercio internacional(17). La Tregua de los Doce Años (1609-1621) entre España y las Provincias Unidas permitió el restablecimiento del comercio exterior y los exportadores se vieron beneficiados, pero el comercio interno español decayó y con él, la incipiente industria española(18).

A partir de la década de 1630, ante la inminencia del conflicto con Francia, España tuvo que aumentar su presión fiscal, tanto sobre los grupos privilegiados como sobre los desfavorecidos. Así desapareció la distinción entre pecheros (grupos obligados al pago de impuestos) y exentos, por lo menos desde el punto de vista fiscal, pero no bastó para solucionar la crisis financiera de España. Además, tanto la nobleza como el pueblo bajo terminaron detestando las crecientes presiones fiscales, lo que le impidió al conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, encontrar cooperación en alguno de estos grupos a sus distintos proyectos políticos(19).

En medio de este caos financiero, la plata americana ayudó poco, ya que nunca representó un porcentaje mayor a los ingresos obtenidos a través de impuestos (apenas 11% con Carlos V y 25% con Felipe II). La plata procedente de América servía fundamentalmente como una garantía para el pago de las deudas contraídas con banqueros extranjeros(20).

Para empeorar la situación, los principales cuadros de mando solían desviar las pagas de las tropas a us propios bolsillos, por lo que Eguiluz señalaba que el capitán no debía permitir que a sus soldados "...de su sueldo se les quite un dinero..."(21). Sin embargo, era poco lo que los capitanes podían hacer por sus hombres, ya que dependía de los maestres de campo, por lo que Brancaccio sentenciaba que:

"...por diferentes modos de no tener la hacienda ajena, y particularmente de Capitanes, que cuando con ellos llegare a esto, será necesario después cerrar los ojos a muchas cosas, por lo cual ha de procurar antes vivir con su sueldo modestamente, que con lo ajeno con pompa y lucimiento."(22)

Por lo tanto, ni los mismo oficiales escapaban a la improbidad de sus comandantes, al tiempo que la actitud de los generales motivaba a los oficiales a cometer otra clase de abusos hacia la tropa o hacia los civiles. Así, mientras que los esfuerzos de oficiales, comandantes y sargentos por vigilar la paga puntual de la tropa eran inútiles, porque finalmente no dependían de ellos, la malversación de los generales agravaba las condiciones de vida de la tropa.

Frente a estas circunstancias, los soldados tenían dos opciones, dedicarse al robo o amotinarse. La primera distraía al soldado de sus obligaciones militares, además de requerir la aceptación tácita de los oficiales mediante el disimulo. Pero esta opción podía salirse de control, por lo que la oficialidad no podía tolerarla por mucho tiempo. En ese momento, la única respuesta factible era el motín.

Las primera pruebas de que se planeaba un motín eran los corrillos públicos, en donde se quejaban de las condiciones y de la falta de pago. Después escribían carteles de autoría anónima para animar a los soldados a amotinarse(23). Cuando se producía, el motín generalmente implicaba el linchamiento de los oficiales (razón por la cual, cada maestre de campo tenía una escolta de alabarderos) y el cese de las operaciones militares hasta la obtención de las pagas atrasadas. Varias victorias españolas en Flandes fueron seguidas de amotinamientos, lo que dio la oportunidad a las Provincias Unidas de recuperarse de sus pérdidas, ya que la corona española carecía de tropas para capitalizar la victoria.

El ejemplo más cruel de un amotinamiento ocrurrió en 1574, cuando las tropas españolas saquearon Amberes luego de no recibir sus pagas. Como Amberes, varias ciudades y pueblos del norte y centro de Europa fueron arrasados entre los siglos XVI y XVII por ejércitos, tanto de voluntarios españoles como de mercenarios de otras nacionalidades, ya que al incrementarse los ejércitos, las pagas se volvieron más irregulares(24).

A partir de problemas de abastecimiento, así como de su consecuencia más grave, el motín, es posible identificar posturas partidistas entre los diferentes tratadistas militares de la época, según sean españoles o mercenarios extranjeros, de origen noble o de origen humilde. Sin embargo, ese tema merece una entrada a parte.

Notas
1-Bernandino de Escalante. Diálogos del arte militar, Sevilla 1583. Edición facsimilar, prólog de José L. Casado y Geoffrey Parker, Salamanca, 1992. Diálogo V.
2-Geoffrey Parker. La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, traducción castellana de Alberto Piris, Barcelona, Editorial Crítica, 1990. Pp. 110-115.
3-Escalante. Op. cit., diálogos IV-V, Carlos Bonieres. Arte militar deducida de sus principios fundamentales, Zaragoza, 1644. P. 156.
4-Escalante. Op. cit., diálogo V, Lelio Brancaccio. Cargos y preceptos militares para salir con brevedad famoso y valiente soldado, assi en la infantería, caballería y artillería: y para saber guiar, alojar y hazer combatir un ejército, defender, sitiar y dar assalto a una plaza, Barcelona, 1639. Fols. 134-135.
5-Escalante. Op. cit., diálogo V, Brancaccio. Op. cit., fol. 103.
6-Cfr. Sancho de Londoño. Discurso sobre la forma de reducir la disciplina militar a mejor y antiguo estado, Madrid, 1594. P. 48.
7-Escalante. Op. cit., diálogo V, Martín de Eguiluz. Milicia, discurso y regla militar, Amberes, 1595. Pp. 160-161, Bonieres. Op. cit., pp. 154-155, 157-158.
8-Escalante. Op. cit., diálogo V.
9-Parker. Op. cit., pp. 97-99, Escalante. Op. cit., diálogo V.
10-Esta cifra puede parecer enorme, pero hay razones para darle crédito. Bonieres, el autor que la consigna, fue, además de militar, miembro del Consejo de Estado, por lo que estaba enterado de detalles de este tipo. Las tropas suecas no eran menos numerosas; en 1632, Suecia contaba con 62 mil hombres en el norte de Alemania y otros 66 mil operando en territorio enemigo. Sin embargo, el crecimiento de los ejércitos europeos se había dado desde antes. En 1532, Carlos V tenía a cerca de 100 mil hombres tan sólo en Hungría peleando contra los turcos. Durante la década de 1640, los ejércitos de los principales Estados europeos tenían en promedio 150 mil efectivos y la cifra aumentó a 400 mil a finales del siglo XVII. Parker. Op. cit., p. 47.
11-Bonieres. Op. cit., p.73, Parker. Op. cit., pp. 93-105.
12-Onno Klopp. "Das Restitutiones-Edikt im nordwesttlinchen Deutschland" Forschungen zür deutschen Geschichte, I, 1862. Apud Geoffrey Parker. La Guerra de los Treinta Años, traducción de Daniel Romero Álvarez, Madrid, Machado Libros, 2003. P. 131.
13-Michael Howard. La guerra en la historia europea, traducción de Mercedes Pizarro, ´México, Fondo de Cultura Económica, 1983. P. 49.
14-Holanda también necesitaba la tregua en 1607, ya que, desde 1604, Inglaterra firmó una paz con España, dejando solos a los holandeses; desde la década de 1590, España había capturado varias provincias, situación que continuó hasta 1606; además, el comercio holandés se veía mermado a causa del embargo español y de las medidas tomadas en 1605 contra el comercio holandés en el Caribe. Cfr. Geoffrey Parker. Europa en crisis, 1598-1648, segunda edición, traducción de Alberto Jiménez, México, Siglo XXI Editores, 1981. Pp. 158-159.
15-Cfr. Bonieres. Op. cit., pp. 62-63. Según Bonieres, Francia no estaba exenta de este problema.
16-Desde 1938, Earl Hamilton explicaba la decadencia de España en función de sus problemas económicos, desde entonces casi todos los hispanistas coinciden con él. Otros, como John Elliot, consideran que esta explicación es arbitraria. Cfr. John Elliot. España y su mundo, 1500-1700, traducción de Ángel Rivero Rodríguez y Xavier Gil Pujol, Madrid, Alianza Editorial, 1990. Pp. 262-264.
17-Antonio Feros y Juan Gelabert (dir.). España en tiempos del Quijote, México, Taurus-Historia, 2005. Pp. 165-168, 216.
18-Ib, p. 223.
19-Elliot. Op. cit., pp. 163, 217-222.
20-Ib. p. 45.
21-Eguiluz. Op. cit., p. 40.
22-Brancaccio. Op. cit., fol. 48.
23-Londoño. Op. cit., p. 48.
24-Parker. Europa..., p. 157.

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