domingo, 29 de abril de 2012

El debate entorno a la teoría de la revolución militar


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En 1955, durante una conferencia en Belfast, Michael Roberts dio a conocer su teoría de la revolución militar en una ponencia titulada así The military revolution. Roberts la fechó entre 1560 y 1660 y la consideró como el parteaguas entre la edad media y la edad moderna. La revolución militar contaba con tres ejes. El primero de ellos era una revolución táctica, creada por los holandeses, mejorada por los suecos, aunque inspirada en modelos romanos.

Ésta revolución táctica se caracterizaba por el uso sistemático de las armas de fuego, en particular del mosquete, que de la mano de formaciones con extenso frente de batalla y escasa profundidad creaba una cortina de fuego ininterrumpida. Su puesta en práctica exigía un alto grado de preparación y disciplina. A partir de ésta consecuencia, la revolución táctica se convirtió en revolución militar.

La aplicación de los cambios tácticos demandaba un período de entrenamiento que estandarizara las maniobras que los soldados debían ejecutar. Como resultado, fue necesario conservar al ejército de un año al siguiente, utilizando el invierno como período de entrenamiento. Lo anterior significó dejar de reclutar ejércitos para cada campaña, enganchados en la primavera y licenciados en el otoño, surgiendo así los ejércitos permanentes.

Pero conservar al ejército año con año implicaba garantizar su paga de forma también permanente. Esto a su vez obligaba a concentrar enormes cantidades de recursos, así como la creación de un aparato burocrático capaz de administrarlos. Mientras que las noblezas europeas fueron incapaces de afrontar ese desafío, los monarcas europeos, al contar con los recursos técnicos, administrativos y financieros, resultaron ser los únicos personajes en
condiciones de atender a las nuevas necesidades de la guerra. Así pues, mientras que la nobleza se veía debilitada políticamente en Europa, los reyes europeos incrementaron su poder. Con base en éste fenómeno, Roberts encontró en la revolución militar una explicación al triunfo del absolutismo en el siglo XVII.

Todo éste proceso creó guerras tan onerosas que superaban los ingresos del Estado, surgía así la necesidad de créditos bancarios para financiar las conflagraciones. El pago de las deudas requería de períodos de paz para la recuperación de las arcas estatales. Sin embargo, la creación de estrategias más ambiciosas también generó conflictos bélicos más prolongados y cada vez menos períodos de paz.
Con el fortalecimiento político de las monarquías europeas, éstas tuvieron la posibilidad de crear estrategias más ambiciosas, pero cuya aplicación demandaba un incremento exponencial de sus efectivos militares. Tanto la aparición de estrategias más ambiciosas como el incremento masivo de los ejércitos, constituyen los otros dos ejes entorno a los cuales gira la teoría de Roberts, ya que ambos tuvieron el mismo efecto que la revolución táctica: requerían una gran concentración de recursos, misma que sólo podía satisfacer
el soberano, lo que amplió aún más su poder.

En función de los crecientes costos, el saqueo y el botín se utilizaron para sufragar parte de los gastos, incluso fueron legitimados y convertidos en objetivos estratégicos. La obtención de botín mediante el saqueo necesariamente golpeó a la población civil, por lo que la revolución militar daba a luz un modelo de guerra extremadamente cruel. No obstante, la revolución militar creó el remedio a esa crueldad al gestar convencionalismos a respetar
que garantizaban el respeto, a lo que hoy consideraríamos, los derechos de los no combatientes. De ese modo, la revolución militar creaba guerras capaces de regularse a sí mismas.


La teoría de la revolución militar tenía objetivos limitados para el desarrollo de la historia europea aunque con consecuencias más vastas para la filosofía de la Historia. Por un lado, Roberts pretendía resaltar la importancia de la guerra en las sociedades europeas de la temprana edad moderna, particularmente, su influencia en la creación y consolidación del Estado absolutista. Por otro lado, Roberts explicaba esa importancia en función de una
idea tecno-céntrica ya que presentaba a la tecnología militar, especialmente a las armas de fuego, como la causa última de una profunda transformación histórica.


Sin embargo, la teoría de la revolución militar es una proyección de Roberts y su tiempo. Al final de su trabajo, Roberts afirmaba que: “The road lay open, broad and straight, to the abyss of the twentieth century”(1). Con esto, Roberts creó una justificación para la carrera armamentista que iniciaba a mediados del siglo XX, ya que, después de los horrores de dos guerras mundiales, ambas gestadas (en la visión de Roberts) por el desarrollo tecnológico, la misma tecnología crearía mecanismos que regularían conflictos futuros. Por lo tanto, la teoría de Roberts no es una teoría inocente, ni siquiera se limita a encontrar la explicación definitiva del devenir histórico, sino que constituye una justificación ideológica para la industria armamentista. La teoría de la revolución militar, tal como Roberts la concibió, puede ser un instrumento peligroso en las manos equivocadas, ya que proporciona una excusa a una potencial escalada en la producción de armamentos.

La teoría de la revolución militar no recibió ninguna de esas críticas en 1955, de hecho no tuvo críticas significativas durante veinte años. Éstas, cuenta Geoffrey Parker (de quien hablaremos más adelante), aparecieron hasta 1976 y giraron en torno a la omisión de Roberts de la guerra naval, la guerra de asedio, así como de los cambios ocurridos en otros ejércitos europeos contemporáneos. Sin embargo, la noción de una revolución militar no
fue seriamente cuestionada, ni siquiera su tecno-centrismo; pero tampoco había llegado a su nivel más álgido.

En 1988, Geoffrey Parker escribió un libro titulado: La revolución militar. Ahí, Parker retomó las ideas de Roberts y las llevó a sus últimas consecuencias.

Parker rescató el papel de las armas de fuego y el incremento masivo de los ejércitos. Agregó la importancia de la guerra de asedio mediante la creación de un nuevo sistema de fortificación y añadió el rol de la guerra naval. Además, extendió la delimitación temporal de la revolución militar, dándole inicio en 1500 y término en 1750.

Con lo anterior, Parker llegó a la misma conclusión que Roberts: el nuevo modelo de fuerzas armadas (terrestres y navales) así como las formas de hacer la guerra eran excesivamente onerosos. Al ser tan caros, éstos gastos sólo podían ser sufragados por el poder central, expresado generalmente a través del monarca. Como resultado, Parker concluyó que los nuevos métodos e instrumentos de la guerra crearon y consolidaron al Estado absolutista en el siglo XVII.

Pero Parker llevó la teoría de la revolución militar más allá de Europa y la utilizó para explicar el predominio europeo sobre el resto del mundo. El argumento de Parker es básicamente éste: las transformaciones en el arte de la guerra naval y terrestre permitieron a distintos Estados europeos imponerse a varias culturas en América, África y Asia, hasta llegar a controlar 30% de la superficie terrestre. Éste avance constituiría la base para la expansión europea del siglo XIX, que llevaría al mundo occidental a controlar 80% de la tierra.

Parker sintetiza toda su explicación de la siguiente forma:

“Gracias, sobretodo a su superioridad militar, basada en la revolución
militar de los siglos XVI y XVII, las naciones occidentales habían
conseguido el nacimiento de la primera hegemonía global de la Historia”(2)
Así pues, Parker no sólo encontró en la teoría de la revolución militar un argumento tecno-céntrico, además halló un sentido euro-centrista de la historia al asegurar que el dominio europeo sobre el mundo tiene su génesis en el desarrollo de la tecnología militar.

En ésta ocasión no fue necesario esperar veinte años para que aparecieran críticas a la teoría de la revolución militar. En 1991 Jeremy Black escribió A military revolution? Para cuestionar las ideas de Roberts y de Parker. Black construyó su crítica a partir de las ideas y la conclusión de la teoría de la revolución militar.

Por ende, Black inició cuestionando el valor atribuido a las armas de fuego y por tanto a la contramarcha. Black aclara éste hecho con base en dos premisas, por un lado, la imprecisión de las armas de fuego en la temprana edad moderna y, por otro lado, que la pica conservara la categoría de “arma reina de la infantería” entre 1560 y 1660, aspecto que tanto Roberts como Parker habían omitido, por lo que la importancia atribuida a las armas de fuego era en realidad exagerada.

Otra parte de su crítica se cifró en el incremento de los ejércitos europeos. Black advierte que las fuentes documentales a partir de la cuales se ofrecen cifras de los efectivos militares deben ser tomadas con reservas. En éste punto, Black es especialmente cáustico con Parker, ya que asegura que Parker no impuso una crítica seria a fuentes que no eran confiables, de modo que los cifras de los ejércitos europeos que da Parker son, en opinión de Black, cifras que no se sostienen. Para Black, el incremento masivo de los ejércitos
europeos no se produjo entre los siglos XVI y XVII, como sostuvieron Roberts y Parker, sino hasta el siglo XVIII, cuando se generaliza la conscripción en los ejércitos de los Estados europeos.

La crítica de Black a la forma en la que Parker presentó la guerra de asedio ya no fue tan severa. Para Black, el error de Parker fue excluir a los suecos, rusos, austríacos y turcos del desarrollo de la poliorcética, como si fuera un campo exclusivo de los españoles, italianos, franceses y holandeses. Black no niega el desarrollo que las fortificaciones y los asedios tuvieron en la Europa occidental, lo que si niega es que ese desarrollo fuera el único, de
manera que el error de Parker aquí fue marginar ese mismo desarrollo en Europa oriental.

Black advertía que la tecnología militar fue tan constante que no podría hablarse de nada revolucionario. En contraste, la llamada revolución militar no fue homogénea, pues en el este de Europa la guerra siguió un desarrollo propio. Como resultado, Black considera que, de existir una revolución militar en la Europa post medieval, ésta no ocurrió antes del siglo XIX. En el campo concerniente a la formación del Estado, Black asegura que los fenómenos
militares que favorecieron su creación no se dieron en el período de 1560-1660, sino en el de 1660-1760, período que sí fue testigo de un incremento de los ejércitos gracias a la sustitución del reclutamiento voluntario por el sistema de conscripción, mismo que fue fomentado ante la posibilidad de ganar conflictos con un primer y duro golpe y que exigía mantener una estructura militar permanente, aún en tiempos de paz, para conservar un alto grado de preparación.
La crítica de Black no se fosilizó en los años siguientes, de modo que ciertas ideas sufrieron transformaciones. Sin embargo conservará una constante fundamental: su crítica al tecno-centrismo.

Citas
1-Michael Roberts. The military revolution, 1560-1660, p.29.
2-Geoffrey Parker. La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, traducción castellana de Alberto Piris, Barcelona, Editorial Crítica, 1990. P. 209.

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